Rara es la temporada que como miembros pertenecientes y participantes de eso que conocemos como opinión publica, asistimos estupefactos a una serie de acontecimientos cuyo relato central y cuerpo informativo nos deja constancia sobre la enésima catastrofe medio-ambiental que está consumiendo nuestro planeta.
Desastres cuya autoria está protagonizada en mayor o menor medida por la presencia del ser humano, y cuya transcendencia mediática suele ser equiparable al impacto ecológico o los intereses económicos economicos que se han visto afectados. Episodios trágicos que en todo caso y dependiendo de la magnitud de los mismos suelen ser responsabilidad de grandes compañías.
Cuya capacidad financiera e influencia para operar globalmente implica que puede presionar con el objetivo de poder modificar los marcos normativos de determinadas regiones, que poseen por otra parte una gran riqueza en recursos casi siempre relacionados con la explotación y extracción de enormes reservas de minerales de todo tipo que han permanecido prácticamente inalterados durante milenios o millones de años.
Y que debido fundamentalmente a las mejoras en términos tecnológicos y a la voracidad de un mercado de consumo insaciable, se han acabado convirtiendo en un activo realmente apeticible. Por el que desde grandes oligopolios occidentales se destinan cantidades de dinero con el que se depreda hasta la extenuación el territorio sobre el que se opera.
Derivandose unas consecuencias para el entorno y sus pobladores que en la mayoría de las ocasiones suelen tener casi siempre un efecto muy negativo. Uno de estos episodios cuyo accidente o mala gestión supuso una haceatombe y una fractura cuya transcedencia, todavía en la actualidad plantea serías dificultades a la hora de estimar el daño que se produjo tanto a la fauna como a la flora local.
Muchas especies endémicas que todavía permanecían sin catalogar, y por lo tanto y con casi absoluta seguridad se habrán perdido de forma irremediable para siempre. Algo que en el actual contexto donde debido a los devastadores efectos producidos por el cambio climático se corre el peligro del que el noventa por ciento de la biodiversidad que alberga el planeta tierra se extinga definitivamente casi supone una anecdota.
En la mano derecha un puñado de tierra antes del desbordamiento, en la izquierda un bloque de tierra compacta y sólida producto de la riada de lodo
Fueron los vertidos que a lo largo de noviembre de 2015 contaminaron una extensión territorial equiparable a la de un país como España en la región brasileña de Minas Garais. Cuya traducción al castellano sería más o menos Minas Generales, (por definición resulta esclarecedora). Un departamento situado al Oeste del país que tiene frontera con dos de las regiones más ricas y desarrolladas de su vasto territorio como son el estado de Espíritu Santo y el megaturistico estado de Rio de Janeiro.
Un lugar en definitiva muy codiciado debido a que posee una variedad de yacimientos de extracción de minerales como el hierro, el manganesio o el hierro. Así como piedras preciosas como el topacio y la aguamarina. O lo que representa su mayor tesoro, bolsas casi infinitas de hidrocarburos. Cuyos deshechos, los que se generan tras ser tratados se almacenan en presas como las de Fundão y Santarem que a una distancia de 35 kilómetros de la localidad de Mariana.
Eran gestionadas y responsabilidad de la subcontrata Samarco, filial de las compañías petrolíferas BHP y Vale SA. Cuando uno de los principales diques de contención reventó, hecho que se produjo el día cinco de Noviembre, cuando declinaba la tarde y las medidas de vigilancia se reducían coincidiendo con la finalizacion de la jornada laboral. Momento en que se producía una enorme grieta en la principal represa.
Con el espíritu de documentar un desastre natural en que ha intervenido directamente el ser humano, las imágenes de Rebeca Binda tratan de determinar gráficamente las causas y autoria del desastre.
Iniciándose en ese instante vertido que finalmente alcanzó la principal cuenca fluvial de la región, el río Doce. Un afluente de cuya agua se nutre la mayor parte del valle por el que discurre, y de cuya agua depende en mayor o menor medida las decenas de miles de personas que residen en alguno de los 230 municipios por lo que discurre, y que tras extenderse en las semanas sucesivas acabó abnegando un territorio similar al que abarca un país como la República de Portugal.
Llegando a contaminar algunas comarcas pertenecientes a los departamentos aledaños. Una colosal bolsa de deshechos que según avanzaba sin encontrar prácticamente oposicion, inundando todo tipo de propiedades ya fueran públicas o privadas, como fincas, lugares de pastoreo o la infinidad de tierras dedicadas al cultivo de todo tipo de vegetales. Redactaba en mayúsculas y en negrita la mayor catastrofe natural.
Que hasta ese momento había sufrido Brasil, un país singular por otra parte en términos medioambientales. Ya que cuenta entre su privilegiada seleccion de espacios protegidos con ni más ni menos que la selva del Amazonas. Masa forestal considerada por su magnitud y diversidad el pulmón de nuestro planeta, por lo que suele estar sometida a un continuo estrés y amenaza medioambiental.
Un daño de incalculable magnitud que según datos recogidos sobre el terreno y emitidos por las principales organizaciónes tardará en revertir sus tóxicos efectos, en un plazo que se estima no será menor a los 100 años. Aunque hay ambientalistas y ecologistas como Andre Ruschi que realiza su labor en la Estación Biológica de Marina Augusto que se ha pronunciado en términos más catastróficas afirmando que muchas zonas y sus ecosistemas son irrecuperables.
En definitiva un crimen ecologico producto de un exceso de almacenamiento que finalmente se desbordó en el momento en en el momento en el que los operarios lo sometían a mantenimiento. Que tras ocho años desde que sucediera y se esclarecieran las causas, y ser encausados sus responsables, a los cuales simplemente se le fijo una sanción económica cuya cifra ascendió a la ridícula cifra de 250 millones de Reales brasileños.
Con Five Minutes, su autora pretende abordar la crisis que se está derivando del cambio climatico, desde una óptica social, destacando aquellos colectivos sociales que dependiendo de la latitud geográfica que se analice son los más afectados.
Deja tras de sí una estela de frustración e impotencia entre las cientos de miles de victimas cuyos principales representantes en el juicio sólo contaron en su conjunto con cinco minutos de tiempo para exponer en un alegato su tragedia tanto personal como colectiva. Fracción de tiempo que sin embargo fue suficiente sustancial para que la fotógrafa local de Rebeca Binda, armada con su equipo fotográfico se desplazará a los principales lugares donde dejó la riada fue más virulenta. Tanto en términos medioambientales como humanos y donde las huellas de la catástrofe han permanecido prácticamente intactas.
Para elaborar y ofrecernos un documento gráfico por momentos estremecedor de las graves secuelas que padecen los cientos de miles damnificados que son los testigos de las fracturas tan profundas que han dejado los sedimentos de hierro que han perforado la tierra, penetrando hasta el punto de dejarla impracticable para cualquier labor ya sea agrícola, forestal o ganadera.
Esterilidad cuya gravedad en términos generales se viste con su cara más cruda en términos de impacto ecologico, observando el avance inexorable de una desertificacion en un paisaje, que se muestra con su máxima crudeza en las proximidades de Paracatu de Baixo. Una de las áreas más afectadas por el desastre en las proximidades de la mina Samarco, tal es así que todavía se encuentran animales muertos tendidos al lado de los márgenes del rio.
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Un ecocidio desolador por el que la fotógrafa pasó momentos realmente tristes, pues ella crecio en la capital del estado de Belo Horizonte, siendo uno de los destinos de ocio y esparcimiento para los residentes de la ciudad. Cruzado por miles de senderos que surcan los bosques. Y que ella recuerda acompañada de toda su familia especialmente sus abuelos con los que recuerda organizar excursiones por el valle del rio casi cada fin de semana.
Para Belinda la prioridad a la hora de recorrer las aldeas y retratar a las gentes que se vieron obligadas a emigrar a la ciudad, era establecer un vínculo con sus habitantes y los lugares. Los que durante generaciones han convivido en armonía con todo los demás seres vivos que ya prácticamente han desaparecido. Un mapa visual y emocional cuyo reportaje íntegro se publicó en el magazine de fotografía Lens Culture durante el último trimestre de 2021, y que podéis leer al completo aqui.